La actual Costa Rica fue parte del Virreinato de Nueva España desde el siglo XVI hasta 1821. Luego, fue parte de México, Provincias Unidas del Centro de América y República Federal de Centro América, de la cual se separó en 1838. Costa Rica pronto entendió que le iba a ir mucho mejor siendo cabeza de ratón que cola de león.
Esta república centroamericana bañada por las aguas del Caribe y del Pacífico apostó por las ideas liberales desde su nacimiento, a diferencia de sus vecinos, que se decantaron por un conservadurismo reaccionario. Con el tiempo, se ha ganado a pulso la reputación de ser una de las democracias más consolidadas de América.
Tras la Guerra Civil de 1948, se abolió el Ejército. Esto fue una jugada maestra. Primero, porque Costa Rica se libró de un montón de militares ociosos que sólo servían para organizar guerras civiles y golpes de estado; así ganó en estabilidad. Y segundo, porque el dinero de Defensa fue para invertir en sanidad, educación y cultura.
Costa Rica ha pasado poco a poco de exportar café y bananas a convertirse en una economía de turismo y de servicios. El costarricense es un pueblo culto y pacífico, conocedor de sus derechos. Las tasas de pobreza y las diferencias de clase son, ya desde el siglo XIX, sensiblemente menores que la de los países de su entorno.
La sociedad es un crisol étnico compuesto por mestizos, blancos, negros, mulatos e indígenas. El español es el idioma oficial, aunque también se hablan varias lenguas nativas. La mayoría de la población es católica aunque hay bastantes protestantes y ateos. La cultura popular es rica y variada y el folklore está muy vivo.
Costa Rica tiene registros positivos a nivel internacional en medio ambiente, turismo, libertad de prensa, seguridad ciudadana y bienestar social. La sanidad y la educación públicas ofrecen excelentes coberturas, los sectores estratégicos son públicos y es una democracia consolidada… Un ejemplo a seguir para América Latina.