El navegante Cristóbal Colón las bautizó “Islas de las once mil vírgenes” por la leyenda de Santa Úrsula y las once mil vírgenes. Este archipiélago poblado tradicionalmente por los siboney, caribes y arawaks, pasó a ser colonizado por España, Reino Unido, Países Bajos, Francia, Dinamarca ¡y hasta la Orden de Malta!
En el siglo XVIII las islas se convirtieron en una colonia danesa. Pero en 1917, Copenhague cedió a las presiones políticas de Washington y se las vendió. Dinamarca temía que si Alemania la invadía, los americanos conquistarían las Islas Vírgenes, así que decidieron vendérselas antes de perderlas a cambio de nada.
Islas Vírgenes Americanas es uno de los tres territorios no autónomos pendientes de descolonización de los Estados Unidos (los otros dos son Guam y la Samoa Americana). En 1993 se hizo un referéndum en las islas para decidir si querían ser un estado o seguir como estaban. Por la baja participación, el resultado se declaró nulo.
Los virgenenses están como en un limbo legal: tienen la nacionalidad americana pero no pueden votar al presidente de Estados Unidos. Las Vírgenes tienen sus propios partidos políticos, elecciones, gobernador y senadores. También cuentan con un delegado que les representa en el Congreso americano, con voz aunque sin voto.
El 80% de la población local es de raza negra y el 15% es blanca. Pese a haber sido colonia danesa, esta lengua nunca arraigó entre la población local, que emplea el inglés y tiene como religión predominante el cristianismo protestante. La economía se centra básicamente en el turismo, gracias a su clima caribeño y tropical.
En cuanto a los deportes, Islas Vírgenes Americanas acude a los torneos internacionales con una selección propia, distinta de la de los Estados Unidos. El baloncesto y el béisbol son los juegos más populares. Su hijo más célebre es el baloncestista Tim Duncan, posiblemente el mejor “cuatro” de la historia de este deporte.